EL MIEDO A LOS EXTRANJEROS
Estos últimos años nuestro país está experimentando un fenómeno que hace mucho tiempo no se presentaba, una gran migración extranjera. Para muchos es algo nuevo, pero realmente no lo es. Ya a mediados del siglo XIX e incluso a inicios del siglo XX la presencia de extranjeros en el Perú, especialmente en Lima, era bastante común. Miles de europeos y asiáticos llegaron a nuestro país atraídos por la bonanza económica que estábamos viviendo, la que sería la gran esperanza para salir de la crisis por la que sus países atravesaban. Chinos, japoneses e italianos formaron las colonias de inmigrantes más numerosas, lo que no resta la importancia de otros colonos provenientes de Francia, España, Alemania, Inglaterra, Bélgica, e incluso de algunos países latinoamericanos como Chile antes de la guerra de 1879. Con la presencia de tantos extranjeros en el país, cada uno con su propia cultura, acaparando puestos de trabajo y mezclándose con los peruanos, no es de extrañar que generen recelo y rechazo entre los peruanos, llegando muchas veces a actitudes violentas.
En el Perú, la xenofobia ha
hecho ver su rostro intolerante en diversos periodos de nuestra historia
republicana, como resultado de diversas inmigraciones, sean estas espontaneas o
planeadas por el Estado. El único resultado ha sido siempre la vergüenza
colectiva de la Xenofobia.
Ante todo, aclaro que en este
artículo no hablaré de los españoles o los negros africanos que llegaron a
nuestras tierras entre los siglos XVI y XVIII, por corresponder a otro periodo
(la Conquista y el Virreinato). En este artículo solo abordaré el fenómeno
migratorio y sus consecuencias, en el periodo republicano.
PRIMERA OLEADA:
CHINOS Y TIROLESES
Los chinos culíes fueron los
primeros en ser traídos para trabajar en la extracción del guano de las islas y
en la agricultura costeña, actividades antes destinadas a los esclavos negros,
pero que a raíz de la abolición de la esclavitud, habían entrado en crisis por
la falta de mano de obra. Fue en el gobierno de Ramón Castilla que se fomentó
la migración extranjera al Perú, en pleno Boom guanero. Un pequeño grupo de
inmigrantes tiroleses austro-alemanes vinieron a colonizar la selva central (Tingo
María, Tarapoto y Moyobamba ente 1853 y 1854 y después a Pozuzo, Oxapampa, Villa
Rica, La Merced y Satipo, hacia 1859).
En 1849 llegaron los chinos, en mayor
número, para trabajar. Aprovechando la pobreza de su país y que este estaba en
gran parte dominado por las potencias extranjeras, los empresarios peruanos
contrataron trabajadores chinos (acostumbrados a trabajar duro, con poca paga y
sometidos a maltratos) para que trabajen en las haciendas costeñas. Eran
traídos en barcos de carga, como animales, por miles desde Cantón, Macao y Hong
Kong, aunque también había algunos provenientes de otros lugares como Shanghai.
Viajaban varios meses apiñados en las bodegas, con poca o nada de alimentación,
hacinados en medio de sus propias heces y expuestos a todo tipo de
enfermedades. Un tercio de ellos moría en el viaje y era arrojado al mar. Al
desembarcar en el Perú, eran engañados, pues no todos fueron llevados a
trabajar en la agricultura, como estipulaba en sus contratos, sino que fueron
llevados a los campamentos guaneros, a extraer el excremento de las aves de
nuestro litoral, que era tan preciado en el mundo por sus propiedades
fertilizantes, que estaban contribuyendo a acabar con el hambre en Europa. Era
un trabajo peligroso y sacrificado. Además de la pestilencia a la que estaban
expuestos, estaban propensos a accidentes por explosiones, a caer al mar y
ahogarse y a los maltratos físicos de los capataces. Pero los que tuvieron la
“suerte” de ir a trabajar en las haciendas, tampoco lo pasaban muy bien. Al
igual que los que trabajaban en las islas guaneras, eran sometidos a maltratos,
recibían poca alimentación, sueldos miserables y hasta eran encadenados para
evitar que fuguen. En suma, los chinos
en el Perú, fueron sometidos a un trato de semiesclavitud, a vista y paciencia
del Estado. Se les conocía como Coolíes o Culíes, palabra que según se cree,
significaba jornalero, cargador o
incluso, esclavo.
SEGUNDA
OLEADA
La bonaza económica de nuestro
país hizo necesaria mano de obra barata. Trabajadores a los que se les pueda
pagar poco por largas jornadas de trabajo. Los chinos ya habían demostrado lo
convenientes que eran para los empresarios peruanos, así que se promovió una
segunda oleada migratoria de chinos a inicios del siglo XX, durante la llamada República Aristocrática; esta vez,
vendrían a trabajar exclusivamente en la agricultura costeña, ya que el guano
había perdido su importancia económica y estábamos atravesando un nuevo boom,
el de la caña de azúcar y el algodón. A pesar que las leyes habían cambiado, su
situación laboral no era muy diferente a la del siglo XIX.
Como Europa aún se hallaba
sumida en la pobreza por la crisis agrícola, que no se había solucionado
totalmente y porque la industrialización se había impuesto en la economía,
muchos campesinos no hallaban trabajo en las ciudades, donde se requería de
obreros calificados, que sepan manejar la máquinas de las fábricas. Es por eso
que millones de europeos pobres, mayormente campesinos provenientes de toda
Europa, especialmente de Italia, Irlanda, Rusia, Polonia, Noruega, Grecia,
España e inclusive de las poderosas y desarrolladas Inglaterra, Francia y
Alemania, emigraron hacia países con territorios poco poblados y con una
creciente economía como Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica y especialmente a
tierras americanas. EE.UU. fue el país que más inmigrantes recibió,
especialmente irlandeses, italianos y noruegos, pero también chinos y japoneses. Argentina,
Brasil, Uruguay, México, Venezuela, Panamá, Cuba, Chile y Colombia, fueron los
países que más inmigrantes recibieron de Europa y el Perú no fue la excepción.
Por nuestra ubicación
geográfica, en la costa del Pacífico, la migración europea fue reducida, ya que
era muy difícil llegar a tierras peruanas. Es por eso que la única colonia de
inmigrantes europeos de relevancia numérica fue la italiana. La Compañía de Inmigración Europea los
trajo desde 1872, con contratos de trabajo en las haciendas algodoneras de la
costa, aunque muchos vinieron como obreros o comerciantes.
El tercer grupo de inmigrantes
en Lima, por su número, fue el de los japoneses. Ellos vinieron en 1899,
traídos por la Compañía Morioka en el
Sakura Maru, provenientes del puerto
de Yokohama, pero a diferencia de sus similares chinos, no todos eran
agricultores, muchos eran técnicos y profesionales, a quienes las
circunstancias los obligaron a emigrar en busca de un mejor futuro. 790 fueron
los japoneses que arribaron al Callao y luego a Cerro Azul en este primer viaje. Todos eran hombres
provenientes de distintas partes del Japón: Tokyo, Niigata, Ibaraki, Okayama,
Hiroshima y Yamaguchi. En posteriores viajes vendrían habitantes de todo el
territorio, incluyendo Kumamoto, Saitama, Shizuoka, Osaka, Kioto y Nagasaki.
De estas, las colonias más numerosas
con más de 8 mil miembros fueron la china y la italiana, que en conjunto
representaban el 60% de los extranjeros en Lima hacia 1908.
ACEPTACIÓN
Y RECHAZO
El trato recibido por los inmigrantes
fue muy diferente, dependiendo de su lugar de origen, su raza y su religión.
Los europeos eran bien recibidos. La creencia bien enraizada en gran parte de
la población, especialmente en las clases altas y medias, de que el atraso del
Perú se debía a que gran parte del país estaba poblado por indios, hizo creer a muchos que era necesario mejorar la raza y para ello era necesaria la migración
europea. Se creía que su laboriosidad y superioridad racial podrían traer el
progreso al Perú. Para ello, la mezcla racial era importante. De los
inmigrantes europeos que llegaron al país, los mejor recibidos fueron los
italianos debido a su idioma, muy parecido al español y a su religión católica,
los ponía en ventaja sobre otros europeos como los ingleses o alemanes, que
profesaban el anglicanismo y el luteranismo respectivamente, las cuales eran
mal vistas en nuestro país, donde la mayoría profesaba la fe católica.
Desde su llegada fueron bien vistos, y
cuando sus contratos terminaron, recibieron el apoyo, tanto del Estado como de
la población, para establecerse en nuestro país, poner sus negocios y fundar
sus colegios y asociaciones comerciales, culturales, deportivas y benéficas,
como compañías de bomberos. La mayoría se quedó en Lima y Callao, donde se
dedicaron al comercio y la pesca artesanal (especialmente en el barrio chalaco
de Chucuito). Pusieron pulperías (bodegas y tabernas), panaderías, trattorías
(restaurantes especializados en pastas) y pequeñas fábricas de pastas. Lograron
progresar con mayor rapidez que otras colonias. Fundaron fábricas como Cogorno,
Lavaggi y Nicolini, bancos, como el Italiano (hoy, Banco de Crédito), incluso
llegaron a ser propietarios de haciendas, minas, comercios, navieras y empresas
pesqueras. Algunos incursionaron en la política, llegando a la alcaldía de varias
ciudades y sus descendientes, al Congreso e incluso a la Presidencia de la
República. Entre los nombres de origen italiano más destacados están los Larco,
Fernadini, Brescia, Picasso, Lavalle, Romero, Nicolini, Cogorno, Piaggio,
D’Onofrio, Motta y más. Faustino Piaggio llegó a ser alcalde del Callao y un
descendiente de italianos, Manuel Pardo y Lavalle, no solo llegó a la Alcaldía
de Lima sino que llegó a ser Presidente de la República. En suma, los europeos
y sus descendientes, especialmente de italianos, se posicionaron en las altas
esferas de la economía, la política y la sociedad peruanas. Hasta hoy.
La otra cara de la moneda fue el trato dado a los inmigrantes
asiáticos, especialmente a los chinos,
porque mientras los europeos prosperaban con cierta facilidad en la política y
los negocios, los asiáticos afrontaron dificultades para alcanzar el éxito y el
reconocimiento social.
Al finalizar sus contratos en las
haciendas costeñas, los que no regresaron a China quedándose en el Perú, se establecieron el Lima, en los
alrededores del Mercado Central, en la antigua calle Capón, donde hoy se
levanta el Barrio Chino. Varios de
ellos pusieron sus restaurantes donde expendían comida china fusionada con
comida peruana, la muy popular comida Chifa,
que hoy da nombre también a sus locales.
El caso de los japoneses fue muy parecido. La mayoría se quedó en Perú dedicándose al
comercio. Trabajaron como empleados en pequeñas bodegas, las cuales compraron
después con el dinero que ahorraron. Un grupo grande fue contratado como
obreros en las fábricas de Lima, aunque los que tenían una mejor preparación,
fueron contratados como técnicos.
Chinos y japoneses siempre fueron
marginados, siendo el blanco de las bromas, insultos y ataques de muchos limeños, negros e indios, que
constantemente saqueaban sus negocios; incluso los diarios manejados por el
civilismo los acusaban de ser los causantes de la crisis económica, del
desempleo y de las enfermedades como la epidemia de peste bubónica de 1903, que
contagió a más de 17 mil personas hasta 1930.
Y cuando Japón se puso del lado del Eje en la II Guerra Mundial y atacó
Pearl Harbor, el Perú se solidarizó con EE.UU. y le declaró la guerra al Eje,
por tanto, ahora Japón era enemigo del Perú. Esto desató una ola de xenofobia
nunca antes vista en el Perú. Los limeños, al parecer, vieron en esta situación
la oportunidad para exteriorizar todo su resentimiento hacia los inmigrantes
asiáticos. Poco les importó que el enemigo
fuera Japón, porque tanto japoneses como chinos fueron víctimas de actitudes de
rechazo por parte de la turba formada por personas de escasos recursos y de
clase media, y no solo los llamados blancos se entregaron al frenesí de la
violencia xenófoba, también los mestizos y hasta los indígenas y los negros afloraron
sin límites su sentimiento de rechazo al extranjero
amarillo. Saquearon el barrio chino y atacaron los negocios de los
japoneses. Donde vieran un asiático, inmediatamente lo atacaban verbalmente con
insultos e indirectas llegando incluso a la violencia física. A los chinos les
cortaban su trenza (símbolo de identidad y honor en su país), muchas mujeres
fueron atacadas sexualmente y un número no determinado fueron asesinados a
golpes y sus cuerpos quemados en hogueras improvisadas. Incluso hasta se
tomaban fotos, como si de trofeos o actos heroicos se tratase.
¿Qué hacía el Estado ante esto?
Nada. Por el contrario, muchos políticos alentaban tal grado de violencia y
siguiendo los designios de EE.UU. el Presidente Manuel Prado Ugarteche, decretó
la ilegalidad de los inmigrantes provenientes de los países miembros del Eje,
especialmente japoneses, a quienes se les confiscaron sus propiedades, se les
cerraron sus asociaciones y se les expulsó del país, entregándolos al gobierno
estadounidense para que los recluyan en campos de concentración que habían sido
levantados en Cuba (en ese tiempo controlada por EE.UU), Nuevo México, Texas y
otras partes del país, donde permanecieron aislados hasta el final de la
guerra. Cuando la paz se restableció, miles de alemanes, italianos y japoneses
y sus descendientes fueron devueltos a sus países de procedencia. Más tarde se
les ofreció uno disculpa oficial del gobierno estadounidense y se les indemnizó
por daños y perjuicios, aunque se hicieron distinciones al momento de pagarla,
dependiendo de dónde hubieran sido sacados. ¿Y el gobierno peruano? Hasta donde
sé, el gobierno de Manuel Prado prefirió la política del borrón y cuenta nueva,
de dar la vuelta a la página, como si nada hubiera pasado. Fueron casi 2000
inmigrantes japoneses y sus descendientes nacidos en Perú que fueron deportados
por su gobierno a EE.UU. La relaciones diplomáticas con Japón recién se
restablecieron en 1952, durante el gobierno del General Manuel Odría.
A pesar de todas las dificultades
vividas en nuestro país, muchas familias asiáticas lograron progresar y
posicionarse en la economía, la sociedad y la política peruana. Wong, Furukawa
y Miyasato son un ejemplo de éxito en los negocios y Alberto Fujimori (hijo de
japoneses) llegó a la Presidencia. Muchos de sus colaboradores más cercanos
como Jaime Yoshiyama, Víctor Joy Way, Carmen Higaona, Ana Kanashiro, Víctor
Aritomi y otros eran descendientes de inmigrantes asiáticos. Su desempeño
político no será visto en esta ocasión.
Como se puede ver, la xenofobia
siempre ha estado presente en nuestra historia; es una expresión de los
temores, rencores y odios hacia determinada comunidad de inmigrantes
extranjeros, ya sea por causas justificadas o no, nada le da valor a este tipo
de actitudes, por más que muchos de estos extranjeros cometan actos ilícitos en
el país, justos no deben pagar por pecadores.