miércoles, 11 de diciembre de 2024

La Historia que pudo ser y no fue

LA HISTORIA QUE PUDO SER
Y NO FUE



Si en el período de 1820 a 1842 el Perú aparece luchando, desangrándose, bajando y subiendo en un proceso de definición nacional, el período de 1842 a 1866, más o menos, y aun en años siguientes, se presenta caracterizado por el apogeo y, en medio del apogeo, por la prodigalidad. Con la fácil riqueza del guano y del salitre tuvo entonces el Perú todo lo que suele darse en los aristócratas acaudalados: cordialidad en el trato, generosidad en el gasto, abundancia en la dádiva, falta de cordura para ordenar los propios asuntos, despreocupa ción por el mañana. ¿Fue ello inevitable? Y aun si lo fue ¿podemos imaginar una trayectoria distinta? Un escritor francés escribió un ensayo titulado Napoleón venció en Waterloo, es lo que se llama la "ucronía". A la manera de él cabe soñar en una historia que pudo ser y no fue, en una historia imaginada pero verosímil, en una historia que contara lo que hubiese ocurrido si el siglo XIX peruano no hubiera sido (como en realidad fue) un siglo de oportunidades perdidas y de ocasiones no aprove chadas. 

Supóngase que en los manuales de esa historia de lo que pudo haber ocurrido, se leyeran estas o parecidas palabras: "Durante los años anteriores a 1879 llegó a promulgarse una Constitución realista y útil y los asuntos del Estado dejaron de ser manejados empíricamente y comenzaron a ser tratados con criterio técnico. La hacienda pública reposó sobre un maduro plan tributario y el crédito externo del país pudo permitir cualquier operación de emergencia. El problema indígena fue abordado cuidadosamente y se elevaron el nivel de vida y la capacidad productiva del hombre peruano. La aptitud de crear, circular y consumir riqueza creció paulatinamente entre ellos. Hubo correlación silenciosa, continua y eficaz entre el 'país legal' y el 'país profundo'. El comando militar y la acción diplomática estuvieron al servicio de un coherente, definido y sistemático plan internacional. Dos nuevos blindados, el 'Mariscal Castilla' y el 'Dos de Mayo' llegaron de Inglaterra para incrementar la escuadra. Comisiones especiales estudiaron las características de la guerra franco-prusiana de 1870 y las lecciones de ella aprovechables en América del Sur. Una instrucción pública en creciente expansión se caracterizó por ser adecuada a las circunstancias del ambiente y por ser sana en sus esencias y sus virtualidades y por eso desde las aulas escolares y universitarias se fue fomentando el estudio constructivo del Perú"

Estas cosas y otras parecidas podrían haber dicho los manuales al hablar de la época anterior a 1879. Pregúntense, serena y lúcidamente, cuando estén a solas los peruanos, hijos o nietos o bisnietos de los hombres que lucharon en aquella guerra terrible, pregúntense con franqueza y sin mezquindades, con seriedad y sin acrimonia, sacudiendo con manos trémulas a la esfinge severa de la Historia: –¿Qué dirían, qué dirían esos manuales al llegar a 1879?











jueves, 28 de noviembre de 2024

Mariano Ignacio Prado

 MARIANO IGNACIO PRADO OCHOA


Nació  en  Huánuco,  el  18  de diciembre  de  1825.  Era  hijo  de Ignacio  Prado  (¿?  -  4/5/1833)  y Francisca  Ochoa  Tafur  (¿?  - 1827),  miembros  de  una  familia de escasos recursos económicos.   Se cree que Ignacio Prado nació en el pueblo de San Damián, en la provincia de Huarochirí.  Era hijo de  Juan  Prado.  No  se  puede precisar si el apellido de la madre era  Zoroastúa  o  Ballayro. Francisca  Ochoa  era  natural  de Huánuco. Contrajeron matrimonio el 5 de junio de 18042.   Su  madre  falleció  en  mayo  de 1827,  cuando  Mariano  Ignacio Prado era poco más que un bebe. Las dificultades de  la infancia se le  acrecentaron  pues  su  padre murió, quedando él en la orfandad absoluta, a los escasos 7 años de edad,  hecho  agravado  porque  la situación  económica  de  su progenitor  le  impidió  dejar  a  sus vástagos herencia alguna.   Hizo sus estudios escolares en Huánuco. En medio de limitaciones económicas pasó su infancia y juventud. Se dedicó a algunas actividades comerciales para asegurar su subsistencia y a realizar algunos trámites judiciales sin poseer título de abogado. No era miembro de Ejército sino más bien de la Guardia Nacional, donde tenía el grado de capitán, lo que solo le proveía algún ingreso cuando esta era convocada por las autoridades políticas a fin de asegurar el orden público. (*)

(*) Al  propósito  del  tema,  el  doctor  Francisco  García  Calderón  Landa  en  su  Diccionario  de  la legislación peruana define la Guardia Nacional: “Se da este nombre a los cuerpos formados de todos los ciudadanos que, sin estar sujetos al estricto servicio que prescriben las ordenanzas, se ejercitan periódicamente en el manejo de las armas; y pueden emplearse, en caso preciso, en conservar el orden y cuidar de la seguridad pública. Suele darse también a la Guardia Nacional los nombres de milicias, guardia civil y fuerza cívica, porque los individuos que hacen parte de ella no renuncian sus ocupaciones cotidianas y solo  se  ocupan  del  ejercicio  militar  en  días  determinados”  (García  Calderón,  Francisco, Diccionario de la legislación peruana, tomo II, p. 228. Lima, Imprenta del Estado, 1862).

 

La Guardia Nacional estaba regulada por la Constitución Política y por la ley del 2  de  marzo  de  1857,  que  modificó  las  normas  anteriores.  En  su  artículo  1 ordenaba:  “La  Guardia  Nacional  se  compone  de  todos  los  varones  que  la Constitución reconoce como peruanos, excepto los ordenados in sacris, los que hubieren hecho votos monásticos, los menores de diez y ocho años,  los  mayores  de  sesenta,  los  valetudinarios,  los  inhábiles  y  los individuos del Ejército y la Armada en actual servicio”.   

El artículo 28 añadía:  “La Guardia Nacional está obligada a defender la soberanía de la nación, la integridad de su territorio, la Constitución y las leyes; a conservar el orden público y a desempeñar los demás actos del servicio en el modo y según las reglas que esta ley prescribe”.  Cada  cuerpo  de  la  Guardia  Nacional  tenía  un  teniente  coronel,  un  sargento mayor y la dotación de oficiales y clases de tropa que  requiriese.  

El teniente coronel, el sargento mayor y los ayudantes eran elegidos por sus miembros. Los capitanes, tenientes primeros y segundos, y los subtenientes eran elegidos por los  miembros  de  cada  compañía.  Este  último  era  el  caso  del  capitán  de  la Guardia  Nacional  Mariano  Ignacio  Prado.  Para  los  cargos  de  subteniente  a capitán se solicitaba como requisitos saber leer y escribir y poseer una renta de 300 pesos, mientras que para los grados de mayor a coronel la renta se debía elevar a 500 pesos.  Durante el gobierno del Presidente Constitucional de la República, general José Rufino Echenique, estalló en Arequipa una revolución liberal, encabezada por el Gran Mariscal Ramón Castilla (1854). Echenique y sus principales colaboradores fueron acusados de corruptos, principalmente por la llamada consolidación de la deuda del Estado. Prado se unió a Castilla, integrándose al regimiento Lanceros de la Escolta, siendo ascendido a teniente coronel. El 5 de enero de 1855 en la batalla de La Palma (Surco) Castilla logró la victoria definitiva sobre las tropas gobiernistas  y  asumió  el  Mando  Supremo  como  Presidente  Provisorio  de  la República.

El 5 de febrero el gobierno convocó a elecciones para la Convención Nacional, la que se instaló el 14 de julio siguiente. Mariano Ignacio Prado fue elegido  Diputado  por  la  entonces  provincia  de  Huánuco,  que  dependía  del departamento de Junín.  Sin embargo, seis meses después solicitó licencia  al Poder Legislativo y se reintegró a su regimiento. El 13 de octubre de 1856 la Convención  Nacional  aprobó  una  nueva  Constitución  Política,  de  carácter marcadamente  liberal,  la  que  limitó  las  atribuciones  del  Jefe  del  Estado  –estableció la vacancia de la Presidencia de la República por atentar contra la forma de gobierno o disolver el Congreso, recortó el período gubernamental de seis  a  cuatro  años,  creó  el  Consejo  de  ministros,  etc.–;  suprimió  los  fueros eclesiásticos, los diezmos y las primicias; abolió la pena de muerte; estableció el quien era hijo del ingeniero Augusto Tamayo Chocano y de Guillermina Möller Sojo Vallejo. Manuel Tamayo fue un destacado médico e investigador, autor de numerosas publicaciones sobre salud pública, la verruga y otros temas de su especialidad, quien falleció de peritonitis. Luego de este hecho Rosa Prado decidió consagrar su vida a Dios y profeso de religiosa, como hermana de la Comunidad del Sagrado Corazón.  Josefa  Prado  Ugarteche  (Lima,  9/12/1878  -  1881):  Fue  bautizada  en  el adoratorio del Palacio de Gobierno, el 12 de enero de 1879.  Jorge Antonio Prado Ugarteche (Lima, 13/5/1887 - 29/7/1970): Fue bautizado en la Parroquia de El Sagrario, en Lima, el 30 de mayo de 1887. Junto con sus hermanos Javier y Manuel apoyó al coronel Óscar Raymundo Benavides Larrea  cuando  éste  decidió  deponer  al  Presidente  Constitucional  de  la República,  Guillermo  Billinghurst  Angulo,  el  4  de  febrero  de  1914.   

Sin embargo, cabe precisar que Billinghurst estaba proyectando romper el Estado de Derecho y disolver al Congreso que lo había elegido Presidente porque no contaba con una mayoría parlamentaria oficialista. Diputado por las provincias de Lima (1917) y Dos de Mayo (1919). Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Gobierno y Policía (1933 - 1934); candidato a la Presidencia de la República  en  1936  y  embajador  y  ministro  plenipotenciario  en  Brasil  e Inglaterra. Casado con Grace Flinders.  El  ingeniero  Manuel  Carlos  Antonio  Prado  Ugarteche  (Lima,  21/4/1889  - 15/8/1967): Fue bautizado en la Parroquia de El Sagrario, en Lima, el 3 de junio de 1889. En dos ocasiones fue elegido Presidente Constitucional de la República (1939 - 1945 y 1956 - 1962). Contrajo matrimonio con Enriqueta Garland Higginson, en su oratorio particular, el 19 de enero de 1914. La novia era hija de Guillermo Garland von Lotten y Elsa Higginson Carreño. Fruto de esta unión fueron sus hijos Manuel y Rosa Prado Garland. El 19 de junio de 1958,  luego  de  divorciarse,  contrajo  un  segundo  matrimonio  con  Clorinda Mercedes  Málaga  Bravo  (3/9/1905  -  1993),  quien  era  hija  del  ingeniero  y empresario minero Fermín Málaga Santolalla (1869 - 1964) y Clorinda Bravo Bresani.  Fue  Diputado  por  Huamachuco  (1919).  Por  su  oposición  a  la reelección del Presidente Augusto B. Leguía tuvo que partir al exilio. Regresó al país en 1932. Fue presidente de las Empresas Eléctricas Asociadas y del Banco  Central  de  Reserva.  En  dos  oportunidades  fue  elegido  Presidente Constitucional de la República (1939-1945 y 1956-1962).  

En las elecciones de 1862 fue elegido Presidente Constitucional de la República el mariscal Miguel San Román, quien falleció a los pocos meses de iniciada su gestión.  Al  hallarse ausentes de  la capital los  dos vicepresidentes  –el Primer Vicepresidente,  general  Juan  Antonio  Pezet,  en  Europa;  y  el  Segundo Vicepresidente,  general  Pedro  Diez  Canseco  Corbacho,  en  Arequipa–  el mariscal Castilla se encargó interinamente del Mando Supremo. El 10 de abril fue relevado por Diez Canseco, quien estuvo encargado hasta el 5 de agosto, fecha  en  que  Pezet  asumió  la  Presidencia.  Le  tocó  enfrentar  la  grave  crisis internacional ocasionada por la agresión española a nuestro país. En agosto de 1862 partió de Cádiz una “expedición científica”, transportada por una escuadra española,  conformada  por  cuatro  buques  de  guerra,  con  destino  a  América.



 

  tuvo sin duda su origen en el patrimonio mal habido del general Mariano Ignacio Prado” (*).   McEvoy concluye que…  “Desde minas hasta inversiones inmobiliarias, pasando por un banco, el balance patrimonial del ex prefecto de Arequipa, calculado luego de la Guerra del Pacífico en 70 millones de dólares, es impresionante. Las adquisiciones,  debidamente  documentadas  por  García  Belaunde,  son producto de una habilidad para los negocios inusual entre los militares peruanos  que,  como  hemos  señalado,  morían  pobres. 

* García Belaunde, Víctor Andrés, El expediente Prado, p. 450. Fondo Editorial de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, 2014. 29 El autor muestra parte de la escritura pública en que aparecen las cifras referidas a la venta final de las minas de Prado en Chile por 175,000 libras esterlinas. Su valor actual, según expertos en  el  tema,  ascendería  a  más  de  300  millones  de  dólares.  Hay,  asimismo,  un  texto  en  que Thomas North dice haberlas comprado. Y esto incluía el muelle en Laraquete, el ferrocarril, las bodegas, etc. Lo que ha faltado investigar es a quién y por cuánto vendió Prado sus minas en Bolivia  (Caracoles),  la  isla  Juan  Fernández,  su  barco  Concepción  y  sus  casas en  Viña  y en Caupolicán. (Esta procede de la obra que se cita). 30  Prólogo  a  la  obra  de  Víctor  Andrés  García  Belaunde,  El  expediente  Prado,  p.  21.  Fondo Editorial de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, 2014. 31 Artículo elaborado por Fernando Ayllón Dulanto. Sitio Web del Museo del Congreso y de la Inquisición.

 

Es,  también, bastante inusual la estrecha relación que Prado sostiene con los políticos chilenos,  a  quienes  el  jefe  de  Estado  hace  confidencias  que  aún sorprenden. Y es que para un hombre forjado en una realidad donde lo público y lo privado se imbricaban resultaba muy normal confiar secretos de  Estado  al  amigo  personal,  olvidando  que  este  era  el  potencial enemigos de la nación a la que el no solo representaba, sino que también debía proteger. Porque para quien salió a comprar barcos en una guerra que se estaba perdiendo y, además, nunca rindió cuentas precisas del dinero  que  el  Estado  peruano  le  asignó,  los asuntos  del  gobierno  se resolvían a título personal”.  El  martes  28  de  julio  de  1874,  al  asumir  la  Presidencia  de  la  Cámara  de Diputados, durante la sesión de instalación de la Legislatura Ordinaria, el general Mariano Ignacio Prado Ochoa, pronunció las siguientes palabras:   PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA CÁMARA DE DIPUTADOS, GENERAL MARIANO IGNACIO PRADO OCHOA  Señores:  Hoy es el gran día de la Patria, de esta Patria que fundó el ilustre San Martín; y que  nosotros,  Representantes  del  pueblo,  debemos  consolidar.  Ella  viene atravesando por rudas pruebas. Dios quiera seamos tan patriotas y tan dichosos que podamos guiarla a la prosperidad. En el nombre de Dios Todopoderoso se abren  las  sesiones  de  la  Cámara  de  Diputados  del  Congreso  Ordinario  de 1874.


martes, 8 de octubre de 2024

La Conferencia de Paz de Arica (Lackawanna)

LA CONFERENCIA DE PAZ DEL LACKAWANNA

 Foto del USS Lackawanna, lugar donde se realizaron las conferencias, de izquierda a derecha se ven los retratos de Thomas Osborn (Estados Unidos), Eusebio Lillo (Chile), José Francisco Vergara (Chile), Eulogio Altamirano (Chile), Antonio Arenas (Perú), Aurelio García y García (Perú), Mariano Baptista (Bolivia), Juan Crisóstomo Carrillo (Bolivia) (Texto: Juan José Pacheco Ibarra)


El 22 de octubre de 1880 se iniciaron las conferencias de Arica. En la bahía de Arica, a bordo del barco norteamericano “Lackawanna”, allí se reunieron los representantes de Chile, Perú y Bolivia, para detener la guerra entre estos tres países. Las conferencias se realizaron entre 22, 25 y 27 de octubre de 1880 estuvieron dirigidas a cargo del ministro norteamericano Thomas Osborn.

Los representantes chilenos Eulogio Altamirano, José Francisco Vergara y Eusebio Lillo presentaron como condiciones para lograr la paz:
1. Cesión a Chile de los territorios de Antofagasta y Tarapacá;
2. Pago a Chile de una indemnización de 20 millones de pesos, cuatro de los cuales serían en efectivo;
3. Devolución de todas las propiedades chilenas confiscadas en el Perú y Bolivia;
4. Devolución del transporte Rímac;
5. Anulación del Tratado Secreto de Alianza entre Perú y Bolivia;
6. Chile se quedaría con los territorios de Moquegua, Tacna y Arica como garantía para cumplir las condiciones anteriores;
7. El puerto de Arica sería devuelto condición de ser puerto comercial y no militar.

Los representantes del Perú, Antonio Arenas y Aurelio García y García, propusieron que el territorio peruano sea intangible, se negaron a pagar indemnización y propusieron que Estados Unidos sea árbitro en el proceso de paz. Los representantes de Bolivia apoyaron la posición peruana.

Los Representantes de Chile, rechazaron la idea del arbitraje y se reafirmaron en sus peticiones.

El Ministro americano Osborn, dejó en claro en todo momento, que el Gobierno de los Estados Unidos no deseaba ser árbitro en esta cuestión, pero si mediador. En realidad, esta negociación mostraba a Estados Unidos como un país preocupado por intervenir en un conflicto que podía tener consecuencias continentales, pues detrás de él estaban los intereses comerciales de Inglaterra.

Hasta la última reunión celebrada el 27 de octubre, los representantes chilenos se mantuvieron firmes en sus demandas, los peruanos lamentaron que el gobierno de Chile rechazara el arbitraje norteamericano.

En algún momento los chilenos propusieron a los bolivianos romper su alianza militar con Perú y ofrecerles un puerto en Moquegua. Bolivia no aceptó traicionar al Perú.

De esta manera fracasaron las negociaciones de paz, la guerra entraría a una etapa de mayor agresión: las tropas chilenas invadirán las ciudades de la costa peruana hasta ocupar la ciudad de Lima en enero de 1881. (Juan José Pacheco Ibarra)

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Artículo de Juán José Pacheco Ibarra publicado en Rincón de la historia Peruana, 22/10/2015 







domingo, 4 de agosto de 2024

El Cabello de los Incas

 LOS INCAS NO USABAN CABELLO LARGO




Relación de incas según Guaman Poma de Ayala


En los libros del Perú y hasta en el Inti Raymi del Cusco, se interpreta al inca como una persona con cabello largo, lacio y medio despeinado. Sin embargo, este estereotipo, que ha trascendido durante décadas, estaría alejada de la realidad, según cuentan varios cronistas.

Si bien en las sociedades prehispánicas americanas el culto al cabello largo fue predominante, esto no sucedía en el imperio inca. En la siguiente nota, descubre por qué se les grafica erróneamente con la cabellera larga.

Los incas tenían el cabello corto
El reconocido cronista cusqueño Garcilaso nos confirma, a través de sus textos, que los incas llevaban el cabello corto. "El inca poseía el cabello corto, como si acabase de ser cortado, y que él y la nobleza se cortaban frecuentemente el cabello para tener siempre el mismo aspecto", escribió.

Además, relata que el propio gobernante inca ordenaba a la nobleza a cortarse el cabello, ni tan largo ni tan corto, a la altura de las orejas, ya que solo él se cortaba casi al ras de la nuca, muy similar al corte de un soldado actual. Esto lo hacía con el fin de lucir sus orejeras doradas y su borla colorada (corona).

La importancia del cabello corto para los incas es reafirmado con un evento contado en el libro 'Los Incas: Pueblo del Sol', de Víctor W. Von Hagen: "Cuando el jefe de armas pide permiso al Inca para matar a los españoles capturados, 'porque eran dioses falsos... de una tribu diferente', dice que 'todos deberían ser muertos, salvo tres'. Uno era un peluquero que debía salvarse 'porque al afeitar a los hombres los hace tomar un aspecto maravillosamente joven y les corta el pelo'".

En cuanto a las mujeres, el cuidado era aún mayor. Ellas realizaban trenzados y adornaban sus cabelleras, especialmente en festividades y rituales religiosos.

El cronista español Pedro Cieza de León relata: "Podría haber miles de indios juntos y que por sus peinados y aderezos se podían distinguir a los distintos grupos étnicos".

¿Por qué se ilustra a los incas con el cabello largo?
Esto se debe a que el único y último inca, Atahualpa, tuvo el cabello largo. Las crónicas señalan que había perdido una oreja en un enfrentamiento en Pasto, la actual Colombia, y al ser el emperador, el hijo del Sol, no podía mostrar un defecto físico ante el pueblo, por lo que decidió dejarse crecer la cabellera.

Los incas usaban maquillaje
Un dato poco conocido y revelado en las crónicas de Garcilaso es que los incas y las mujeres se pintaban los ojos de color carmesí. "Las mozas usaban maquillaje y no se lo ponían por las mejillas, sino desde las puntas de los ojos hasta sienes con un palillo", anotó.



domingo, 7 de julio de 2024

La Mujer en el Antiguo Egipto

 MUJERES Y PODER POLÍTICO EN EL ANTIGUO EGIPTO

 


Separadas por casi milenio y medio, Hatshepsut y Cleopatra son los ejemplos mejor conocidos del destacado papel ejercido por la mujer en la civilización egipcia. Pero no fueron casos únicos, aunque sobre la vida y los hechos de otras “faraonas” es más lo que ignoramos que lo que sabemos.

Conviene recordar que, pese a ser la más famosa soberana de Egipto –por su vinculación con Julio César y por su apasionante biografía, pasto de la literatura y el cine–, Cleopatra VII Filopátor Nea Thea (o simplemente Cleopatra en el imaginario colectivo) no fue una reinafaraón. También que de estas –ese es su nombre correcto; lo de "faraonas" es solo una licencia– hubo contados casos en los más de tres milenios de historia (3100-30 a.C.) del Antiguo Egipto. Y eso que el estatus social y el acceso a espacios de mando de las egipcias fue muy superior al de las griegas o las romanas, algo debido a su igualdad legal con los hombres –podían denunciarlos por maltrato, manejar herencias, comprar y vender bienes o divorciarse– y a las peculiaridades de su religión, con la diosa Isis a la cabeza.

 

Así, aunque la relevancia de las mujeres en la corte resulta indiscutible –la Gran Esposa Real (Hemet Nesu Weret) tuvo en muchas ocasiones un enorme poder en la sombra o incluso como corregente y se la consideraba guardiana y protectora de la nación– y, además, casarse con una fémina de sangre real era un plus de legitimidad casi inevitable –con excepciones: Amenemhat I, Amenhotep III– para que un varón accediese al trono (de ahí los frecuentes enlaces entre hermanos), este estaba reservado, en principio y por tradición, al hombre. Sin embargo, amparándose en vacíos sucesorios –por no haber un aspirante claro o adecuado– y en crisis de Estado, varias reinas-faraones ocuparon a lo largo de los siglos el más alto puesto del país del Nilo.

 

TRES, CINCO, OCHO … O MÁS

¿Quiénes y cuántas fueron estas mujeres extraordinarias? Según el historiador grecolatino Diodoro Sículo, que en la Sicilia romana del siglo I a.C. compiló lo que entonces se sabía sobre los faraones, solo hubo cinco: por orden cronológico, Nitocris, Neferusobek, Hatshepsut, Nefertiti y Tausert. Tanto él como otras fuentes clásicas se hicieron eco, para dar esta cifra, de la obra previa de Manetón, sacerdote egipcio que, en la época ptolemaica (siglo III a.C.), se encargó de redactar la historia de su país y censar la larga lista de sus reyes.

 

No obstante, el número real de reinas-faraones no está nada claro. Los hallazgos arqueológicos han arrojado luz sobre otras posibles candidatas, por lo que no puede descartarse que sigan apareciendo en el futuro pistas rescatadas del olvido; un olvido, en muchos casos, ni casual ni inocente, pues la memoria de varias de estas monarcas fue perseguida y destruida con saña por sus –masculinos– sucesores.

 

A día de hoy, se da por históricamente documentado el reinado en solitario de tres de ellas, Neferusobek, Hatshepsut y Tausert. Los de las otras dos de la lista de Manetón-Diodoro (la oscura Nitocris y la fascinante Nefertiti) se tienen por muy probables. Y aún hay tres más, hasta un total de ocho, que han surgido de las sombras del pasado, si bien envueltas en prudentes dudas por ser muy anteriores en el tiempo.

 

Imagen: iStock Photo.

                                                         Reinafaraón

 

 

MERINTEITH Y LAS DOS JENTKAUS 

Así, no se ha podido demostrar todavía que llegara a gobernar con poder absoluto la más antigua de todas, Meritneith, que vivió en torno al año 3000 a.C., a principios de la Dinastía I (Período Arcaico). El egiptólogo británico William Flinders Petrie la catalogó en su día como un faraón masculino de nombre Merneith, pero varios hallazgos –entre otros, la ausencia del Nombre de Horus (símbolo del rey formado por un halcón sobre un serej o estructura decorada)– demostraron que había sido en realidad una mujer enterrada con insólitos honores reales; porque lo que apunta a su posible reinado es su grandiosa tumba en Abidos. Se sabe que fue regente de su hijo Den durante la minoría de edad de este, pero la incógnita que persiste es si alcanzó a poseer los títulos propios de un faraón o se limitó a asesorar al joven heredero.

 

Aún más enigmático es el caso de las dos siguientes e hipotéticas reinas-faraones, que comparten nombre y etapa histórica, el Imperio Antiguo. De la primera, Jentkaus I, dan testimonio su tumba en Guiza y una pequeña pirámide dedicada a ella en Abusir, y se estima que vivió a caballo entre las Dinastías IV y V (2510-2470 a.C.). Pero lo que sembró el desconcierto entre los egiptólogos fueron las representaciones en que aparece tocada con el uraeus (corona con la cobra) y con la barba postiza faraónica, y en las que se la llama –aunque hay quien dice que es una traducción errónea o inexacta– "Rey del Alto y Bajo Egipto y Madre del Rey del Alto y Bajo Egipto". Por todo ello, se la ha querido asimilar con la esquiva figura de Dyedefptah, el supuesto último faraón de la Dinastía IV, pero sin ninguna certeza. Igual de inciertos son los datos sobre Jentkaus II, ya perteneciente a la Dinastía V: ¿fue un faraón de pleno derecho o solo madre de uno? Sea como fuere, hay varias representaciones de ella también con el uraeus y la barba, lo que convierte a ambas Jentkaus en las únicas mujeres en lucir dichos atributos hasta la llegada de Hatshepsut, mil años después.

 

Imagen: Wikimedia Commons.

 

 

DE NICTOCRIS A TAUSERT  Nitocris a Tausert

La vaguedad también desdibuja, aunque menos, a la pionera de las reinas-faraones según los historiadores clásicos, Nitocris, que es mencionada en algunas listas reales y podría haber gobernado en solitario por espacio de dos años, de 2183 a 2181 a.C., cerrando la Dinastía VI. Heródoto hace de ella una heroína legendaria que, para vengar la muerte de su marido, Merenra II, ahoga en el Nilo a sus asesinos –entre ellos, su propio hermano– y luego se suicida lanzándose al fuego. Manetón la alaba por su belleza y valentía y le atribuye falsamente la tercera pirámide de Guiza (obra de Micerino). "Faraona" o no, sí parece probado que se trató de un personaje destacado en la crisis que puso fin al Imperio Antiguo.

El Imperio Medio acabó con otra soberana, Neferusobek, que reinó al menos cuatro años, de 1777 a 1773 a.C., siendo así la última gobernante de la Dinastía XII. Nuevamente, poco sabemos de ella: hija de Amenemhat III, se habría hecho con el poder tras enfrentarse a su hermano Amenemhat IV, con quien en principio lo compartía. Su nombre de coronación consta en la lista real de Saqqara y en su época se erigió el complejo funerario de Amenemhat III en Hawara. Pese a los convulsos tiempos que le tocaron, parece que su sucesión fue pacífica.

 

De la siguiente en la lista, la trascendental Hatshepsut, hay que ocuparse en capítulo aparte porque así lo merece, lo mismo que Nefertiti, tanto en su faceta de consorte de Akenatón como en la más discutida de reina-faraón. Lo cual nos lleva hasta la quinta y última, la reina Tausert, también inmersa en un período caótico y conflictivo: el final de la Dinastía XIX, la de Seti I y Ramsés II. Al morir su marido, Seti II, Tausert se hizo cargo de la regencia de su hijo Siptah y, tras fallecer este, subió al trono y gobernó durante dos años, de 1188 a 1186 a. C. No lo tuvo fácil: acosada por el clero de Amón, el estamento militar y los reyes nubios y cuestionada por el pueblo, fue derrocada por Sethnajt, fundador ramésida de la Dinastía XX, quien mancilló su memoria con bulos y leyendas.

 

Imagen: Wikimedia Commons.

Hatsheput

 

EL EMPODERAMIENTO DE HATSHEPUT

Pero si hubo una auténtica "faraona" en la historia de Egipto, esa fue sin duda la formidable Hatshepsut, cuyo reinado, que transcurrió entre 1479 y 1457 a.C. y fue por tanto el más largo de los regidos por mujeres (22 años), es un paradigma de empoderamiento femenino en el mundo antiguo. Hija predilecta del faraón Tutmosis I –según algunas fuentes, este redactó un papiro señalándola como heredera–, ambiciosa, inteligente y dotada para el mando, supo usar la potestad que le daba su sangre real para esquivar las trampas sucesorias. Casada con su hermano Tutmosis II, al enviudar y en un gesto sin precedentes, apartó de la línea dinástica al hijo de este con una concubina, Tutmosis III, arguyendo su corta edad y su dudoso linaje, y se calzó ella misma el atuendo y la barba de faraón. Para ello contó con el apoyo de dos poderosos cortesanos, el alto funcionario Hapuseneb y el arquitecto real Senenmut (supuestamente, amante suyo). Fue también fundamental que se autoproclamara hija de Amón, una jugada maestra para la que tuvo que "comprar" a los sacerdotes del culto a dicho dios, lo que contribuiría al excesivo poder posterior de este clero.

 

Comenzó así una de las etapas más prósperas y pacíficas de la Dinastía XVIII y de todo el devenir del Antiguo Egipto; la carismática reina solo llevó a cabo campañas defensivas de frontera y se dedicó a asuntos como la célebre expedición a Punt, el mítico y exótico país de la mirra. Asimismo, puso gran empeño en restaurar templos y edificios destruidos durante las guerras con los hicsos y añadió notables construcciones a Tebas, incluidos memorables obeliscos. Senenmut erigió su proyecto más conocido, el templo de Dyeser Dyeseru (en Deir el-Bahari), joya del Egipto monumental. Por si faltaran pruebas de su relevancia, Hatshepsut fue, que se sepa, la única mujer faraón que se hizo representar como esfinge.

 

Su estrella empezó a apagarse con las muertes de Senenmut y Hapuseneb, probablemente urdidas por Tutmosis III, su futuro sucesor, que la odiaba por habérsele adelantado en el poder y que, en consecuencia, se dedicó a borrar luego cuanto pudo de su legado. Pero antes la reina-faraón aún tuvo fuerzas para tratar de establecer una dinastía femenina nombrando corregente a su hija Neferura (según algunos, nacida de su relación con el arquitecto real). El inesperado deceso de la niña, empero, frustró este sueño, y Hatshepsut moriría en su palacio de Tebas antes de cumplir los 50 años. Su momia, descubierta en el Valle de los Reyes junto a la de su amado padre, reveló al ser analizada en 2007 que la soberana habría padecido diabetes, obesidad y alopecia en sus últimos años de vida.

 

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Estatua egipcia mujer

 

CLEOPATRA, UN FINAL POR TODO LO ALTO

Y así, andando los siglos, llegaron las últimas reinas a Egipto en tiempo de los ptolomeos, la dinastía que rigió el país entre 305 y 30 a.C. tras ser instaurada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno. Las reinas ptolemaicas, que nunca renunciaron a su esencia helénica, lo fueron al casarse con sus hermanos para legitimarlos en el trono. Las hubo destacables –Cleopatra II (185-116 a.C.), Berenice III (116-80 a.C.)...–, pero ninguna como la última de todas ellas y postrer monarca del país del Nilo antes de que fuera anexionado al Imperio Romano: Cleopatra VII.

 

Tanto ha dado que hablar, como decíamos al principio, que su historia está llena de mitos: sobre su belleza o fealdad, sobre la prominencia de su nariz... Plutarco, en el siglo I, atribuyó su magnetismo más a la inteligencia, los exquisitos modales y la conversación que a la apariencia física. Era una mujer muy preparada y hablaba varias lenguas además del griego (fue el primer mandatario ptolemaico que aprendió el egipcio).

 

Cleopatra era una mujer muy preparada: hablaba varias lenguas además del griego y fue el primer rey ptolemaico que aprendió el egipcio.

 

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Cleopatra

 

Fue coronada en 51 a.C., a los 17 años y junto a su hermano Ptolomeo XIII, de tan solo 12, con quien se había casado según la tradición. Este se dejó llevar por las maquinaciones de Arsínoe, hermana de ambos, y amparados por el eunuco Potino consiguieron apartar a la joven del trono y expulsarla de Alejandría.

 

Pero Cleopatra era mucha Cleopatra y, con el apoyo –y el amor, mitificado entre otros por Shakespeare y Bernard Shaw– de Julio César, recuperó su puesto, no sin pasar por una guerra civil en la que ardió la Biblioteca de Alejandría por culpa de las tácticas del militar romano. Mientras pugnaba por afianzarse como reina casándose con otro de sus hermanos, Ptolomeo XIV, nacía de su relación con César un hijo, Ptolomeo XV, más conocido como Cesarión, y ella se dedicaba a embellecer la capital helenística egipcia con distintas obras públicas. César sería asesinado (44 a.C.) y Cleopatra reeditaría su historia de amor con uno de los aspirantes a sucederlo, Marco Antonio, con quien tuvo tres hijos. Entretanto, siguiendo cierta truculenta costumbre ptolemaica, había envenenado a su segundo esposo, Ptolomeo XIV, para no tener que compartir el poder más que con su hijo Cesarión.Su affaire con Antonio iba a tener fatales consecuencias, para ella y para su país: enfrentados al nuevo poder romano personificado en Octavio, y con el pueblo egipcio sumido en la hambruna y harto de sus derroches, Cleopatra y su amado fueron derrotados en la batalla de Accio (31 a.C.) y después se suicidaron (ella, según la leyenda, haciéndose morder por un venenoso áspid). Un final por todo lo alto, pero con el lamentable efecto colateral de la definitiva subordinación de Egipto a Roma.





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Artículo "Faraonas y mujeres reinantes, egipcias poderosas", publicado por Nacho Otero el 15.10.2020 para la revista Muy Interesante.