REFLEXIONES SOBRE EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
POR: CÉSAR GONZÁLEZ DELGADO
Doscientos años
han pasado desde que el Generalísimo Don José de San Martín aquella mañana del
sábado 28 de julio de 1821, cuando el Generalísimo José de San Martín proclamó
en la plaza de armas de Lima, la Independencia del Perú. Y, aunque este es el
acontecimiento central, no podemos dejar de valorar el esfuerzo de todos los
que participaron en un proceso emancipador de aproximadamente 50 años, que se
inició en las últimas décadas del siglo XVIII y culminó en 1826, con la partida
de Simón Bolívar y el verdadero inicio de nuestra vida independiente. Peruanos
como Túpac Amaru y Micaela Bastidas, Francisco de Zela, los Hermanos Angulo o
Mariano Melgar sentaron las bases para un proceso que sería inevitable y que se
concretaría con la influencia de las corrientes libertadoras del sur y del
norte, ya que, lo que don José de San Martín inició, Simón Bolívar lo
consolidó.
Hay que recordar
que, cuando San Martín proclama la Independencia en Lima, gran parte del
territorio del Perú aún estaba bajo el control del Virrey José de La Serna,
quien, desde el Cusco, seguía dirigiendo los destinos de todos aquellos que se
oponían a la Independencia. Y es que hay que ponernos la situación de los
habitantes del virreinato, quienes veían a San Martín y su Ejército Libertador
como invasores, quienes querían imponer un régimen político que afectaría sus
intereses y estilos de vida, por tanto, se convertirían en los más leales
realistas. La mayoría de estos, de origen español o criollo de alta alcurnia,
brindarían todo su apoyo al virrey; es más, casi todo el sur, estaba contra la
Independencia, especialmente Cusco, Arequipa y Puno, verdaderos bastiones del
realismo en el Perú.
Fueron,
precisamente en esos lugares, donde fracasaron, tanto las tempranas rebeliones
armadas de Zela, Paillardelle o los hermanos Angulo, como las primeras
incursiones rioplatenses al Alto Perú. Al parecer, la independencia no era bien
vista por esos lares. Y ese fue el sustento para la tesis de Heraclio Bonilla y
Karen Spalding, en su polémico ensayo “La Independencia: Las palabras y los
hechos”, que tanto revuelo causó entre los políticos y los intelectuales
peruanos en pleno sesquicentenario de la independencia, ya que la idea central
era que nuestra independencia fue impuesta desde fuera y no buscada por los
propios peruanos.
Pero la
participación peruana en la independencia va mucho más allá de los
protagonistas que la historiografía y la política educativa nos ha hecho
conocer, esa historia centralista y patriarcal, que priorizó siempre los
acontecimientos limeños antes que los ocurridos en provincias, que priorizó el
protagonismo de los hombres de las clases altas, más aún si eran militares, que
a las clases medias y populares. La verdadera lucha la dio el pueblo peruano;
hombres y mujeres, mayormente anónimos, que entregaron hasta su vida por un
ideal. Indígenas, negros y mestizos, de todas las edades y sectores sociales,
fueron fundamentales para conseguir la victoria sobre los realistas.
Si fuera
totalmente cierto eso de que los peruanos no querían la independencia, no se
hubieran dado tantas muestras de rebeldía desde los primeros días de la
invasión española. Ahí tenemos los casos de los caudillos atahualpistas,
Quisquis, Calcochimac y Rumiñahui, quienes, siguieron pelando a favor de su
señor; pero si de resistencia indígena hablamos, no se puede dejar de mencionar
a la gran rebelión de Manco Inca, quien, en
los primeros días de la invasión ibérica, se sublevó contra Pizarro,
dándole dura batalla, a tal punto, que poco le faltó para tomar Lima y expulsar
a los barbados invasores, pero debido a las traiciones internas, su ingenuidad,
la llegada de refuerzos españoles y, por qué no decirlo, algo de mala suerte,
impidieron que cumpla su cometido. Después de su muerte a traición, la lucha la
continuaron sus hijos, Sayri Túpac, Tito Cusi Yupanqui y Túpac Amaru, conocidos
como “los Incas de Vilcabamba”, de los cuales, el último fue quien, en tiempos
del virrey Toledo, tomó el liderazgo de la rebelión, después de que sus
hermanos transaran su rendición. La muerte de Túpac Amaru fue tan icónica, que
poco más de dos siglos después, inspiraría al líder de la más grande rebelión
anticolonial de origen indígena, la de José Gabriel Condorcanqui, “Túpac Amaru
II”. Pero esta no fue la única; puesto que a lo largo del siglo XVII y sobre
todo, del siglo XVIII, en pleno contexto de las Reformas Borbónicas, se
produjeron decenas de insurrecciones indígenas, que tuvieron el mismo destino
de sangre que el gran cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca.
A partir del
siglo XIX, serán los criollos quienes tomen la iniciativa de la lucha
anticolonial. En Lima, se organizaron conspiraciones en los principales centros
de formación intelectual de la capital como el convictorio de San Carlos, el
colegio de medicina San Fernando, el colegio de abogados y la universidad de
San Marcos, pero ninguna pudo concretar acciones debido al férreo control de la
autoridad realista, encarnada en el virrey José Fernando de Abascal. José de la
Riva Agüero, Toribio Rodríguez de Mendoza, Hipólito Unanue y Mateo Silva, son
solo algunos de los más destacados. Sin embargo, en el interior, la situación
era muy distinta. Las reformas impuestas por los borbones se sintieron más
fuerte en las provincias y las autoridades virreinales eran mucho más abusivas,
por lo que los peruanos tenían sobradas razones para estar descontentos con la
corona, así que, aprovechando que el control de las fuerzas virreinales era
menor, llevaron a cabo levantamientos armados en todo el interior,
especialmente en las intendencias de Cusco, Arequipa y Tarma, destacando las rebeliones
de Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde
(Cusco, 1805), Francisco de Zela (Tacna, 1811), Juan José Crespo y Castillo
(Huánuco, 1812), Enrique Paillardelle y Julián Peñaranda (Tacna, 1813) y los
hermanos José, Vicente y Mariano Angulo (Cusco, 1814), secundados por Mariano
Melgar y Mateo García Pumacahua. Ninguna de ellas tuvo éxito y sus líderes
fueron encarcelados, deportados o ejecutados. De todas, merece destacarse la
gran rebelión del Cusco dirigida por los hermanos Angulo, por haber sido la de
mayor extensión territorial, pues se extendió hasta Arequipa y Huamanga, y
porque congregó a distintos sectores sociales. Es que no fue un movimiento
netamente criollo, sino que aglutinó a mestizos, indígenas, negros y hasta
miembros de la iglesia, representados por los clérigos Idelfonso Muñecas y José
Gabriel Béjar.
Y no podemos
dejar de mencionar a las grandes olvidadas de la historia, las mujeres, quienes
no tuvieron un rol pasivo y secundario, como la historia oficial nos hizo creer
por mucho tiempo, donde las únicas que destacaron con comprobado heroísmo
fueron Micaela Bastidas y María Parado de Bellido. Nada más lejos de la verdad.
La participación de la mujer peruana en la emancipación no fue exclusiva de una
clase social en particular, sino denominador común de todas las mujeres sin
importar su condición, no tanto en el campo de batalla, sino, más bien,
proporcionando provisiones y armas; como enfermeras, espías, compañeras. La de
mejor posición social lo hicieron con dinero. Cuando eran capturadas,
afrontaban con valentía su destino, llegando a morir muchas de ellas por la
causa emancipadora. Contrario a lo que podría creerse, ni las monjas se
mantuvieron al margen; los conventos también fueron focos de agitación
revolucionaria. La monja de la orden de La Encarnación, Juana Riofrío, que
mantenía correspondencia secreta con los patriotas es sólo un ejemplo.
Mujeres aún
menos conocidas, pero igual de importantes, son Tomaza Tito Condemayta y
Cecilia Túpac Amaru, partícipes de la gran rebelión túpacmarista. La criolla Brígida
Silva de Ochoa, hermana del rebelde Mateo Silva, mantenía en contacto a su
hermano con los patriotas presos en el cuartel Santa Catalina; Trinidad Celis, que
organizó la resistencia armada contra los realistas de Ayacucho. Además, están
las Toledo, madre e hijas, quienes salvaron de una derrota al patriota Arenales
en el valle del Mantaro cuando cortaron las sogas del puente de la Concepción,
impidiendo el paso de las tropas realistas del general Ricafort; Ventura
Ccalamaqui, quien con su prédica revolucionaria consiguió que los "Cívicos
de Huamanga" desistan de apoyar a los realistas para, por el contrario,
unirse a los patriotas.
Fueron tantas
las mujeres que lucharon activamente por la independencia, que no existe lugar
en nuestra patria donde no se rinda homenaje a una de estas valientes mujeres.
Aún menos conocidas son: Juana Toribio Ara, Juana de Dios Manrique, Tomasa Abad
y García Mancebo, Melchora Balandra, Petronila Arias de Saavedra, Francisca
Sánchez de Pagador, Josefina Sánchez, Manuela Estacio, las heroínas de Higos
Urco, además de Rosa Campuzano y Manuelita Sáenz, parejas sentimentales en el
Perú de los libertadores San Martín y Bolívar, respectivamente, cuyo rol ha
sido minimizado al de amantes y nada más, cuando podrían ser destacadas como
agentes de inteligencia y hasta de asesoras de sus famosas parejas. Algunas
fueron condecoradas por San Martín o Bolívar, pero el resto se mantuvo en el
anonimato. Recientemente se está reconociendo el papel de estas y muchas más
mujeres en las escuelas y la sociedad, incluso, el Banco Central de Reserva, les
ha dedicado algunas monedas conmemorativas a algunas de ellas.
Se necesita una
historia más inclusiva, que refleje la participación de toda la sociedad, no
solo en la Independencia, sino en todo el proceso histórico peruano.
Pero estamos en
el Bicentenario, así que, no se puede dejar de mencionar a sus dos grandes
artífices, los Libertadores. José de San Martín, iniciador de la fase
internacional de nuestro proceso emancipador. Militar rioplatense que después
de conseguir la independencia argentina y chilena vino al Perú para continuar
el proceso separatista sudamericano. Después de unas entrevistas fracasadas y
algunos enfrentamientos bélicos, logró proclamar la Independencia, primero en
Huaura y luego en Lima, quedándose a gobernar con el título de Protector.
Abolió la esclavitud de vientres y el tributo indígena, prohibió los castigos
corporales, cerró la inquisición y fundó la Biblioteca Nacional, además de
darnos los primeros símbolos patrios. Pero su suerte estaba echada, en parte,
debido a su insistencia por formar una monarquía constitucional en el Perú
independiente; forma de gobierno visionaria, pero incomprendida en la época.
Esto, junto a un congreso opositor y la destitución de Monteagudo, encargado
del mando mientras se encontraba reunido con Bolívar en Guayaquil, motivaron su
renuncia y partida del Perú.
El otro gran
protagonista es Simón Bolívar, militar venezolano, quien consolidó nuestra
independencia con sus victorias militares en las pampas de Junín y Ayacucho de
1824, consiguiendo su capitulación, tres años después de la proclamación hecha
por San Martín. Su labor como gobernante es muy distinta a la de San Martín,
haciendo, en muchos casos, todo lo contrario, como si quisiera borrar todo lo
hecho por el libertador argentino. En ese sentido, restableció la esclavitud, el
tributo indígena y su trabajo gratuito bajo el nombre de contribución
personal, así como los castigos corporales. Además, cerró el Congreso,
abolió las comunidades indígenas reconocidas por San Martín y repartió sus
tierras entre los oficiales de su ejército y hasta modificó los símbolos
patrios, quedando tal como los conocemos hoy en día. Hizo honor al título con
el que gobernó el Perú, el de Dictador. Tras su partida, en 1826, el Perú
empezó realmente su vida independiente, en medio de una gran inestabilidad que
durará gran parte del siglo XIX.
Hoy, el Perú
afronta su Bicentenario en medio de una crisis muy grande de carácter
sanitario, que ha repercutido en la economía, la sociedad y hasta en la
política, por lo que las celebraciones que con ansias esperamos tanto tiempo,
no podrán darse como es debido. No habrá desfiles, discursos conmemorativos, ni
fiestas multitudinarias, pero la alegría la llevaremos muy dentro de nosotros,
en nuestros corazones.
Grandes males
nos aquejan desde hace mucho tiempo: la
corrupción, la desigualdad, la pobreza, la delincuencia, la depredación de los
recursos, el daño al medio ambiente o la poca vivencia de valores democráticos.
Está en nosotros que esto cambie, porque, parafraseando al gran poeta César
Vallejo, “Hermanos, aún hay mucho por hacer”.
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