NACIÓN Y RAZA
Existen en la historia innumerables ejemplos que prueban con alarmante claridad cómo, cada vez que la SANGRE ARIA se mezcla con la de otros pueblos inferiores, la consecuencia fue la destrucción de la RAZA PORTAESTANDARTE de la cultura. La América del Norte, cuya población está formada mayormente por elementos germánicos que apenas si llegaron a confundirse con las razas inferiores de color, exhibe una cultura y una humanidad muy diferentes a las que exhiben América Central y del Sur, pues allí los colonizadores, principalmente de origen latino, mezclaron con mucha liberalidad su sangre con la de los aborígenes. Si tomamos esto como ejemplo, fácilmente comprenderemos los efectos de la confusión racial. El habitante germánico de América que se ha conservado puro y sin mezcla, ha logrado convertirse en el amo de su continente; y lo seguirá siendo hasta que no caiga en la deshonra de confundir su sangre.
Todo lo que admiramos en el mundo -la ciencia, el arte, la habilidad técnica y la inventiva- es el producto creador de un número reducido de naciones únicamente, y en su origen quizá, el de una sola raza. La existencia misma de esta cultura depende de estas naciones. Si las mismas perecen, se llevarán consigo a la fosa toda la belleza de esta tierra.
Si dividiésemos a la raza humana en tres categorías -Fundadoras, Conservadoras y Destructoras de la cultura- sólo la estirpe aria podría ser considerada como representante de la primera categoría.
Cuando las razas arias invadieron a pueblos extraños que los superaban numéricamente (aunque tal superioridad no representaba un obstáculo, pues tales pueblos estaban integrados por individuos de inferior categoría), comenzaron a desarrollar con ayuda del medio geográfico, las cualidades de inteligencia y organización latentes en ellos. En el transcurso de algunos siglos, crean en el país y entre los pueblos que han conquistado, culturas que llevan originalmente el sello de su propio carácter.
El progreso humano es como la ascensión de una interminable escalera; nadie puede llegar a las alturas sin haber trepado antes el primer peldaño. De esta suerte, el ario tuvo que seguir la senda que le condujese a la realización y no la que existe en la fantasía de un pacifista moderno. Mas la senda que el ario debió pisar, estaba trazada con nitidez. Como conquistador destronó a los hombres inferiores, quienes trabajaron desde entonces bajo su dirección, con arreglo a su voluntad y para la satisfacción de sus propósitos. Y al paso que extraía de sus súbditos una labor provechosa, aunque dura, no solamente aseguraba la existencia de los mismos, sino que les proporcionaba además, una existencia mejor que aquella de que disfrutaban bajo su titulada libertad.
Mientras el vencedor continuó sintiéndose amo, no solamente pudo conservar su dominio, sino que fue, además, el propulsor de la cultura. Es así que los súbditos comenzaron a elevarse y, probablemente, a asimilar el lenguaje del conquistador, comenzando también a ceder la barrera que separaba a los Señores de los criados. Y el ario se volvió impuro.
Se inundó en la CONFUSIÓN DE RAZAS y fue perdiendo paulatinamente su capacidad civilizadora hasta que acabó pareciéndose, tanto en la mente como en el cuerpo -mucho más que sus antepasados- a la raza aborigen que anteriormente había sido subyugada. Es así como el ario renunció a la pureza de su sangre y con ello al derecho a permanecer en el Edén que habría creado para sí mismo.
Así es como se destruyen los imperios y las civilizaciones y se hace lugar para nuevas creaciones.
La mezcla de la sangre y el menoscabo del nivel racial que le es inherente constituyen la única y exclusiva razón del hundimiento de las antiguas civilizaciones. No es la pérdida de una guerra lo que arruina a la humanidad, sino la pérdida de su capacidad de resistencia, que pertenece a la pureza de sangre solamente.
EL ANTÍPODA DEL ARIO ES EL JUDÍO. Es difícil que exista en el mundo nación alguna en la que el instinto de la propia conservación se halle tan desarrollado como en el "Pueblo Escogido". La mejor prueba de ello la constituye el hecho de que esta raza continúe existiendo. ¿Qué pueblo ha experimentado en el transcurso de los últimos dos mil años tan contados cambios como los que exhibe la raza judía? ¿Qué otra raza ha debido soportar mudanzas más revolucionarias que las que ha soportado ésta y ha logrado, no obstante, sobrevivir intacta a las más terribles catástrofes? ¡Qué bien expresan estos hechos su resuelta voluntad de subsistir y conservar el tipo!
Las cualidades intelectuales del judío se desarrollaron en el transcurso de los siglos (...) pero su capacidad intelectual no es el resultado de la evolución personal, sino de la educación recibida de los extranjeros. Así, desde el momento en que el judío no poseyó jamás una cultura propia, las bases de su actividad intelectual fueron suministradas siempre por otros. En todos los períodos, su intelecto se ha desarrollado merced al contacto con las civilizaciones que le rodeaban. Jamás ocurrió de modo contrario.
(...) Nada mueve al judío fuera del más puro interés personal; y a ello se debe que el ESTADO JUDÍO carezca por completo de confines. Porque, el concepto de un Estado con fronteras definidas implica siempre el idealista sentimiento de una raza dentro del mismo y, además, un concepto adecuado del trabajo como idea. Las muchedumbres que desconocen este concepto carecen de ambición para formar o, siquiera, conservar un Estado con límites precisos. No existe de este modo base para formar una cultura.
De esta suerte, la nación judía, con todas sus cualidades intelectuales evidentes, no posea una cultura verdadera, o por lo menos una que le sea peculiar. Porque sea cual fuere la cultura que el judío aparente poseer, esta será propiedad de otros pueblos, corrompida, eso sí, gracias a sus manejos.
Es muy posible que el ario fuese originalmente nómada y que más tarde se hiciese sedentario; esto es suficiente, por si no existen otras pruebas para demostrar que el ario no fue judío. No, el judío no es nómada (...) El nómada poseía capacidad para formar ideales (...) En el judío, empero, no existe tal concepto; éste no fue jamás un nómada, pero sí, invariablemente un PARÁSITO en el cuerpo de otras naciones (...) ¡Su propagación misma en todos los rincones de la tierra es un fenómeno típico, común a todos los parásitos! El judío se halla permanentemente en busca de nuevos suelos donde nutrir su raza.
Su vida dentro de otras naciones podrá desarrollarse a perpetuidad, sólo en el caso de que se consiga producir la impresión de que lo que con él se relaciona no constituye la cuestión de una raza, sino la de una "VINCULACIÓN RELIGIOSA" , por más que ésta sea peculiar a aquélla. ¡He aquí la primera gran mentira!
Para seguir subsistiendo como parásito dentro de la nación, el judío debe consagrarse a la tarea de negar su propia existencia. Cuanto más inteligente sea involuntariamente el judío, tanto más afortunado será en su engaño, gracias al cual conseguirá que una parte considerable de la población llegue a creer seriamente que el judío es un legítimo francés, un legítimo alemán, un legítimo italiano o un legítimo inglés, a quien no separa de sus compatriotas otra cosa que no sea su religión.
Los primeros judíos llegaron a las tierras de Germania durante la invasión romana y como siempre, en calidad de mercaderes (...) Paulatinamente se introduce en la vida económica, no como productor, sino exclusivamente como intermediario; su habilidad mercantil de experiencia milenaria lo pone en ventaja sobre el ario. Comienza por prestar dinero. Los negocios bancarios y el comercio terminan por ser de su monopolio exclusivo. El tipo de interés usado en el cobro de los préstamos provoca resistencia, indignación y envidia, ya que ocasiona su rápido enriquecimiento. Su tiranía llega a tal punto que se producen reacciones violentas contra él; pero ninguna precaución es capaz de apartarlo de sus métodos de explotación humana. Para alivianar en algo la situación, se comienza a proteger el suelo de la mano avarienta del judío, dificultándole la adquisición de terrenos.
Cuando aumenta el poder de las dinastías mayor es su empeño de acercarse a ellas. Por último, no necesita más que dejarse bautizar para entrar en posesión de todas las ventajas y derechos de los cristianos hijos del país. El judío hace este negocio con bastante frecuencia para beneplácito de la Iglesia, que celebra la ganancia de un nuevo feligrés (...) y de Israel, que se siente satisfecho con el fraude. (...) En el transcurso de más de un milenio ha llegado el judío a dominar en tal medida el idioma del pueblo que lo hospeda, que se siente más germano que semita. La Raza no radica en el idioma, sino exclusivamente en la Sangre; una verdad que el judío conoce mejor que nadie, pues da poca importancia a la conservación de su idioma, en tanto que le es capital el mantenimiento de la pureza de su sangre.
La razón por la cual el judío se decide a convertirse de un momento a otro en un "alemán" surge a la vista; su aspiración única tiende a la adquisición del goce pleno de los derechos del ciudadano. Primero se convierte en el benefactor de la humanidad para remediar el daño que había causado. Un tiempo después tergiversa las cosas, presentándose como la única víctima de las injusticias de los demás y no viceversa. Algunas personas excepcionalmente tontas creen su mentira y no pueden menos que compadecerse del "pobre infeliz" (...) Gracias a la Bolsa, crece rápidamente la influencia del judío en la economía. Se vuelve el contador de las fuentes nacionales de producción.
El Sindicalismo es el más beneficioso de ambos, debido al vertiginoso aumento del a masa obrera industrial. Se presenta como el defensor de los derechos de los trabajadores. Poco a poco se convierte en el líder del movimiento sindicalista identifica con la víctima; en tanto que su interés consiste, no en suprimir la injusticia social, sino organizar al interior de las industrias una fuerza de combate dotada de ciega obediencia, que le sirva para lograr su propósito de destruir la independencia económica nacional. Asistido de la voraz brutalidad en él innata, transforma los sindicatos en un instrumento de violencia.
Todo aquel que tenía la lucidez para
oponerse a este nuevo engaño judío, era controlado gracias a la intimidación y
el terror. El judío destruye los fundamentos
de la economía nacional sirviéndose del sindicalismo, que podría ser la
salvación del país.
Paralelamente avanza el desarrollo de la actividad política. Opera en común con los sindicatos que preparan a las masas y las inducen por la fuerza a ingresar en la actividad política, como azuzadores en los grandes mítines y manifestaciones políticas. Finalmente, los sindicatos dejan de lado las demandas económicas y ponen al servicio de la política su principal arma de lucha: el paro en forma de huelga general (muchas veces indefinida). Es la prensa judía o pro-judía la más fanática; realiza campañas difamatorias contra los opositores que no aceptan la dominación judía o contra los intelectuales que aparecen a los ojos del judío como una amenaza. Esta prensa se dirige principalmente, a los sectores menos ilustrados de nuestra sociedad. Políticamente, el judío acaba por sustituir la idea de Democracia por la de DICTADURA DEL PROLETARIADO. El caso más terrible es Rusia, donde el judío con su salvajismo realmente fanático, hizo morir de hambre, bajo torturas feroces, a 30 millones de personas con el sólo fin de asegurar de este modo a un pequeño número de judíos intelectuales, políticos y agentes de bolsa, la hegemonía sobre todo un pueblo.
Analizando las causas del desastre alemán [en la Gran Guerra], advertiremos que la principal y decisiva fue no comprender el problema racial, y en especial, la amenaza judía (...) Las derrotas en el campo de batalla fueron causadas desde el interior de la nación alemana.
La pérdida de la pureza racial frustrará por siempre el destino de la raza (...) despojando a la nación del instinto y la energía política y moral. La pérdida de la pureza de sangre destruye para siempre la felicidad interior; dejada al hombre [y a la sociedad] (...) Todo intento de reforma en auxilio de la misma, todos los esfuerzos políticos, todo aumento de prosperidad económica y científica serán vanos. La NACIÓN Y EL Estado no saldrán fortalecidos, sino que se deslizarán inconteniblemente hacia la decadencia (...) Por eso, a la Gran Guerra no se lanzó un pueblo preparado para la lucha; fue simplemente el último destello de un instinto de conservación nacional ante la invasión del Marxismo y del Pacifismo. Como tampoco en aquellos días se supo definir al ENEMIGO INTERIOR, toda resistencia exterior debió resultar inútil y, entre recompensar a la espada victoriosa y obedecer a la ley del castigo inexorable, la Providencia prefirió esto último.
De esta convicción surgieron para nosotros los principios básicos y la tendencia del NUEVO MOVIMIENTO; persuadidos como estábamos, esos eran los únicos fundamentos capaces de detener la decadencia del pueblo alemán, y a la vez cimentar la base sobre la cual podrá subsistir un día aquel estado que represente no un mecanismo de intereses económicos extraño a nosotros, sino un organismo propio de nuestro pueblo: UN ESTADO GERMÁNICO EN LA NACIÓN ALEMANA."
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FUENTE:
Adolfo Hitler, "Mein Kampf" ("Mi Lucha"), capítulo XI, 1925
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