Siempre se pensó que los mayas y especialmente los
aztecas fueron los únicos pueblos aborígenes de América que realizaron
sacrificios humanos para calmar a los dioses; siempre se les consideró bárbaros
y salvajes.. Pero resulta que también los incas e incluso los pueblos
anteriores como los moche y los chimú los habrían realizado, tal como lo sugieren las representaciones en sus ceramios
y templos.
Aparentemente el ofrecimiento de personas en
holocausto se inició hace 3 mil años cuando se desarrolla una agricultura
intensiva con todo lo que implica, como la construcción de obras de irrigación,
andenes y herramientas, la domesticación de plantas y el uso de abonos. Los
sacrificios humanos se intensifican con la práctica agrícola , por eso se cree
que cobran mayor vigencia con la desesperación del hombre por conseguir sus
alimentos. Para el arqueólogo Federico Kauffmann, el surgimiento de los
sacrificios está ligado al perfeccionamiento de la labor agrícola asociado a
ciertas fuerzas sobrenaturales que regían la vida en la tierra y que podían
desencadenar problemas que ocasionarían hambre y muerte. El territorio árido de
esta parte del continente los hacía recurrir a sus creencias como estrategia
para obtener buenas cosechas.
Pero la realización de sacrificios humanos no es
exclusiva de los incas. Este tipo de prácticas aparecen en todo el mundo desde
tiempos muy antiguos y en todas las civilizaciones; incluso en la Biblia
–especialmente en el Antiguo Testamento- se resaltan algunas historias siendo
la más conocida la de Abraham e Isaac. En América, fue una práctica común en
todos los pueblos indígenas, desde el norte hasta el sur y en toda su historia
precolombina. Mayas y aztecas sacrificaban igual que los antiguos peruanos pero
en forma más sangrienta y con mayor frecuencia Los aztecas por ejemplo, tenían
que realizarlos diariamente para que Opochtli, dios del sol, resucite todas las
mañanas (de ahí la importancia suprema de la guerra); preferían mujeres cuando
sacrificaban en honor de Chicomecóatl –diosa del maíz- y niños, para Tláloc,
dios de la lluvia. En la cima del templo el sacerdote era especialista en abrir
el pecho del sacrificado y sacarle el corazón aún latiendo para después
comérselo. Alas mujeres las decapitaban y descuartizaban para luego quitarles
la piel, con la cual vestía el sacerdote. Como los factores climáticos eran muy
duros por las sequías constantes, el acercamiento a la divinidad era mayor.
Probablemente la prueba más antigua de sacrificios humanos
en Perú se halle en Sechín (Casma-Ancash)
que data de hace 3 mil años. Sus habitantes representaron en las paredes
del templo a víctimas de sacrificios brutales, donde las personas fueron
representadas decapitadas, descuartizadas o desvisceradas. Situaciones
similares se dieron en las demás culturas preíncas, siendo el caso más conocido
el de Moche, donde existen innumerables
referencias iconográficas en su cerámica y los murales, como es el caso del”degollador”
representado en la huaca del Sol de la luna.
LOS INCAS
Al igual que sus contemporáneos de Mesoamérica, los
incas también sacrificaban personas, pero en forma más humana, sin recurrir a
la tortura; por el contrario, la muerte era pacífica, pues los sacrificados,
conocidos como capaccocha eran adormecidos con chicha y coca hasta
perder el conocimiento, para luego asfixiarlos. Aunque algunos cronistas
aseguran que los niños que eran llevados al Qosqo como capaccocha eran
cortados en cuatro partes que representaban a cada Suyo, para que sus respectivos
sacerdotes cojan la que les correspondía y la llevasen como ofrenda a sus
dioses locales. Algunos sostienen que
los niños eran enterrados vivos y otros, que eren ahogados. Pero parece que la
momificación era la técnica más usada, y gracias al descubrimiento de“Juanita”,
la “Dama de Ampato”se ha podido tener la prueba que se necesitaba para
corroborar una existencia de la cual
sólo se tenían sospechas y un puñado de crónicas poco confiables. Esta era una
modalidad empleada para honrar y calmar a los Apus –los cerros- tal como
lo demuestran las momias encontradas en la cima de volcanes y nevados Ampato,
Chachani, Pichu Pichu, Misti y Sara Sara, todas en Arequipa, así como las
encontradas en el cerro Llullaillaco en los andes argentinos. Y se sospecha de
la existencia de muchas más.
Todas eran jóvenes, niñas y
niños entre 8 y 12 años de edad dejados en las cimas heladas, envueltas en
finas ropas y con ofrendas de espóndylus y figurillas de oro y plata que
representan camélidos y a las mismas sacrificadas, conservadas casi
perfectamente gracias al hielo de las alturas. Las niñas habrían sido acllas
vírgenes, puras de alma y con un prototipo de belleza que hoy
desconocemos. Pero no sólo niños y mujeres jóvenes eran ofrecidas en capaccocha.
En el rito de la Cachua, se victimaba como agradecimiento al Inti,
algunos prisioneros y hacían tambores con su piel, para celebrar la victoria.
El sacrificio humano no era voluntario, pero estaba
tan arraigado en las personas, que las familias en lugar de negarse –lo que
además estaba prohibido- ofrecían a sus hijos e hijas, e incluso se peleaban,
según refieren algunos, para tener el honor que un miembro de su familia sea
ofrecido ante el Inca en honor de los apus, luego de una ceremonia que
duraba varios días. Después del sacrificio, el Inca daba su bendición.
ANOTACIONES FINALES
Para concluir, diremos que en el Tawantinsuyo sí se
realizaron sacrificios humanos, tanto de adultos como de infantes. Y no es
cuestión de ocultarlo como lo hiciera Gracilaso de la Vega con la finalidad -al
parecer- de encumbrar a los incas sobre los aztecas con los que siempre fueron
comparados. Se trata pues de presentar los hechos tal como fueron, siendo lo
más objetivo posible.
Hay que entender que los sacrificios humanos tenían
una finalidad concreta, el complacer a los dioses, para de esta manera lograr
beneficios en la agricultura y asegurar la alimentación de la comunidad, pues
una tierra bien alimentada resultaría atractiva al Inti que la fecundaría con
sus rayos calóricos o al rayo (Illapa) quien lo haría a través de la lluvia.
Tal vez en la práctica no resultaba efectivo, pero cumplía con las creencias de
la época. Es que no podemos juzgar los
sacrificios humanos con la mentalidad de una persona del siglo XXI, porque
veríamos en ellos algo espantoso que en su debido contexto no lo era.
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