EL MITO DE PACHAMAMA Y LOS WILLKAS
“El dios del Cielo, PACHACÁMAC, esposo de la Tierra, PACHAMAMA, engendró dos hijos gemelos, varón y mujer, llamados WILLKAS. El dios Pachacámac murió ahogado en el mar de Lurín y se encantó en una isla; por este hecho, quedó viuda la diosa Pachamama y sufrió con sus hijos muchas penalidades. Era una noche interminable cuando la viuda salió y descansó al pie de la roca Pumaqhihuay. Sobre las altas cumbres acechaban monstruos horrendos; los felinos hambrientos rugían en el fondo de la quebrada. Llenos de terror, los willkas lloraban inconsolables.
La luz leve de una llama lejana que brillaba entre los picachos llenó de
esperanza a la madre, quien, con sus hijos se dirigió hacia ella. Los willkas
no sabían que su padre había muerto, así que le dijeron a la madre: “Vamos
pronto al sitio donde arde la llama y allí encontraremos a nuestro padre”.
No podían saber que la llama, que tanta esperanza les daba, no había sido
encendida por su padre, sino por WA-KON (Waqon), que habitaba en la cueva de
Wakonpahuain y representaba a la noche infinita.
Cuando llegaron a la cueva, encontraron cocinando una sopa de papas a
Wa-Kon, quien les invitó a pasar. Luego, dirigiéndose a los mellizos, les dice:
“Vayan al puquio y tráiganme agua en este cántaro”. Los niños
obedecieron, pero como la vasija que les dio Wa-Kon estaba rajada, la vasija
nunca se llenaba, por lo que demoraron mucho en regresar a la caverna. En ella,
Wa-Kon había tratado de seducir a la madre, pero como esta -que era fiel a su
esposo fallecido- no cedió a las proposiciones del hombre misterioso, éste la
devoró. El maligno Wa-Kon se alimentó de la carne y la sangre cocidas de la
diosa y guardó el resto en una gran olla de barro.
Cuando los niños llegaron a la cueva, al no ver a su madre, preguntaron
a Wa-Kon por su paradero, pero este les dijo que había ido muy lejos, pero que
pronto volvería, así que debían quedarse con él mientras ella regresaba. Más,
los días pasaban y no había noticias de Pachamama. Los niños lloraban
amargamente la ausencia de su madre. Compadeciéndose de los afligidos niños, el
Huay-chau, ave que anuncia la muerte, les cuenta a los willkas, con lujo de
detalles, lo que le había ocurrido a su madre y les advierte que debían
abandonar la cueva, pues corrían un gran peligro. Pero antes debían asegurarse
que no los persiga, por eso les dijo que aprovechen que en ese momento estaba
dormido y que le atasen sus largos cabellos a una piedra larga que estaba cerca
y que huyan. Y así lo hicieron.
Mientras huían vertiginosamente, se encontraron con el AÑÁS, la madre de
los zorrillos (o añacos), quien les preguntó dónde iban tan presurosos. Ellos
le contaron lo sucedido y decidió adoptar a los dos huerfanitos, como si de sus
nietos se tratara, y los escondió en su madriguera.
Cuando Wa-Kon despertó, le costó librarse de las ataduras, y al no ver a
los willkas, salió a buscarlos, preguntando a todo animal con el que se
encontrase. Se encontró sucesivamente con el Puma, el Cóndor y el Amaru, pero
ninguno los había visto. Luego se encontró con el Añás, quien le dijo que los
había visto correr hacia un cerro cercano, por lo que, si se daba prisa, los
encontraría. Wa-Kon hizo lo que le dijo la astuta protectora de los mellizos
Wa-Kon se fue presuroso. Cuando llegó a la cima de la montaña, pisó una piedra
desprendida intencionalmente por la madre adoptiva, de modo que cayó por el
precipicio. Su muerte fue seguida de un espantoso terremoto. Así, los niños
quedaron bajo el cuidado de la Añás, quien les alimentaba con su sangre. Cuando
se cansaron de beberla, le pidieron permiso para ir al campo por unas papas. En
el camino encontraron una oca dulce, que, por su forma de muñeca, la usaron
para jugar, pero se rompió, por lo que los willkas rompieron en llanto.
Lloraron tanto, que se quedaron dormidos. Al rato despiertan y se dirigen a su
madriguera, pero en el camino cae una soga ‘huáscar’ que queda suspendida en el
cielo. La Añás les aconsejó que subieran por ella. En la cima, en el cielo, se
encontraba su padre, Pachacámac, quien los había estado viendo y decidió
llevarlos consigo. El willka varón se
convirtió en el sol y la willka mujer, en la Luna, pero la vida de
peregrinación que llevaron en la tierra nunca terminó. El Sol seguirá su viaje
astral, enviando su luz en el día, y la Luna, durante la noche, caminará
iluminando el sendero que les tocó recorres acompañados de su pobre madre
viuda. La diosa Pachamama, fue encantada y transformada en un cerro cubierto de
nieves perpetuas, que hasta ahora recibe el nombre de ‘LA VIUDA’.
El dios Pachacámac, queriendo premiar la fidelidad de Pachamama, a él y
a sus hijos, le otorgó capacidad generadora de vida. Por ella es que el dios
del cielo envía sus lluvias, fertilizando la tierra, haciendo brotar las
plantas; por ella, los animales nacen y crecen para servir de sustento al
hombre. Pachamama no solo es la madre de los mellizos willkas, sino también, de
los hombres, los animales y las plantas. Premió también Pachacámac, a la Añás,
permitiéndole criar y esconder a sus hijos en una madriguera similar a aquella
en la que protegió a los willkas. Premió también al Puma, haciéndolo el rey de
las quebradas y los bosques, al Cóndor, como el señor de las alturas y a la
serpiente, haciendo que esta pudiera defenderse de sus enemigos por medio de su
ponzoña y fuese el símbolo de la fertilidad y la riqueza.
Con el reinado de los willkas convertidos en semidioses -el sol y la
luna- triunfó la luz sobre la oscuridad, es decir, sobre Wa-Kon, vengando se de
esta manera, la muerte de su madre, la Pachamama, la Viuda.
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El Mito de Pachamama y Wa-Kon
ha sido adaptada de la obra de Alejandro Ortiz Rascaniere “De Adaneva a
Incarri”.
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