jueves, 26 de agosto de 2021

El Bicentenario de la Independencia

 REFLEXIONES SOBRE EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

POR: CÉSAR GONZÁLEZ DELGADO




Doscientos años han pasado desde que el Generalísimo Don José de San Martín aquella mañana del sábado 28 de julio de 1821, cuando el Generalísimo José de San Martín proclamó en la plaza de armas de Lima, la Independencia del Perú. Y, aunque este es el acontecimiento central, no podemos dejar de valorar el esfuerzo de todos los que participaron en un proceso emancipador de aproximadamente 50 años, que se inició en las últimas décadas del siglo XVIII y culminó en 1826, con la partida de Simón Bolívar y el verdadero inicio de nuestra vida independiente. Peruanos como Túpac Amaru y Micaela Bastidas, Francisco de Zela, los Hermanos Angulo o Mariano Melgar sentaron las bases para un proceso que sería inevitable y que se concretaría con la influencia de las corrientes libertadoras del sur y del norte, ya que, lo que don José de San Martín inició, Simón Bolívar lo consolidó.

Hay que recordar que, cuando San Martín proclama la Independencia en Lima, gran parte del territorio del Perú aún estaba bajo el control del Virrey José de La Serna, quien, desde el Cusco, seguía dirigiendo los destinos de todos aquellos que se oponían a la Independencia. Y es que hay que ponernos la situación de los habitantes del virreinato, quienes veían a San Martín y su Ejército Libertador como invasores, quienes querían imponer un régimen político que afectaría sus intereses y estilos de vida, por tanto, se convertirían en los más leales realistas. La mayoría de estos, de origen español o criollo de alta alcurnia, brindarían todo su apoyo al virrey; es más, casi todo el sur, estaba contra la Independencia, especialmente Cusco, Arequipa y Puno, verdaderos bastiones del realismo en el Perú.

Fueron, precisamente en esos lugares, donde fracasaron, tanto las tempranas rebeliones armadas de Zela, Paillardelle o los hermanos Angulo, como las primeras incursiones rioplatenses al Alto Perú. Al parecer, la independencia no era bien vista por esos lares. Y ese fue el sustento para la tesis de Heraclio Bonilla y Karen Spalding, en su polémico ensayo “La Independencia: Las palabras y los hechos”, que tanto revuelo causó entre los políticos y los intelectuales peruanos en pleno sesquicentenario de la independencia, ya que la idea central era que nuestra independencia fue impuesta desde fuera y no buscada por los propios peruanos.

Pero la participación peruana en la independencia va mucho más allá de los protagonistas que la historiografía y la política educativa nos ha hecho conocer, esa historia centralista y patriarcal, que priorizó siempre los acontecimientos limeños antes que los ocurridos en provincias, que priorizó el protagonismo de los hombres de las clases altas, más aún si eran militares, que a las clases medias y populares. La verdadera lucha la dio el pueblo peruano; hombres y mujeres, mayormente anónimos, que entregaron hasta su vida por un ideal. Indígenas, negros y mestizos, de todas las edades y sectores sociales, fueron fundamentales para conseguir la victoria sobre los realistas.

Si fuera totalmente cierto eso de que los peruanos no querían la independencia, no se hubieran dado tantas muestras de rebeldía desde los primeros días de la invasión española. Ahí tenemos los casos de los caudillos atahualpistas, Quisquis, Calcochimac y Rumiñahui, quienes, siguieron pelando a favor de su señor; pero si de resistencia indígena hablamos, no se puede dejar de mencionar a la gran rebelión de Manco Inca, quien, en  los primeros días de la invasión ibérica, se sublevó contra Pizarro, dándole dura batalla, a tal punto, que poco le faltó para tomar Lima y expulsar a los barbados invasores, pero debido a las traiciones internas, su ingenuidad, la llegada de refuerzos españoles y, por qué no decirlo, algo de mala suerte, impidieron que cumpla su cometido. Después de su muerte a traición, la lucha la continuaron sus hijos, Sayri Túpac, Tito Cusi Yupanqui y Túpac Amaru, conocidos como “los Incas de Vilcabamba”, de los cuales, el último fue quien, en tiempos del virrey Toledo, tomó el liderazgo de la rebelión, después de que sus hermanos transaran su rendición. La muerte de Túpac Amaru fue tan icónica, que poco más de dos siglos después, inspiraría al líder de la más grande rebelión anticolonial de origen indígena, la de José Gabriel Condorcanqui, “Túpac Amaru II”. Pero esta no fue la única; puesto que a lo largo del siglo XVII y sobre todo, del siglo XVIII, en pleno contexto de las Reformas Borbónicas, se produjeron decenas de insurrecciones indígenas, que tuvieron el mismo destino de sangre que el gran cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca.

A partir del siglo XIX, serán los criollos quienes tomen la iniciativa de la lucha anticolonial. En Lima, se organizaron conspiraciones en los principales centros de formación intelectual de la capital como el convictorio de San Carlos, el colegio de medicina San Fernando, el colegio de abogados y la universidad de San Marcos, pero ninguna pudo concretar acciones debido al férreo control de la autoridad realista, encarnada en el virrey José Fernando de Abascal. José de la Riva Agüero, Toribio Rodríguez de Mendoza, Hipólito Unanue y Mateo Silva, son solo algunos de los más destacados. Sin embargo, en el interior, la situación era muy distinta. Las reformas impuestas por los borbones se sintieron más fuerte en las provincias y las autoridades virreinales eran mucho más abusivas, por lo que los peruanos tenían sobradas razones para estar descontentos con la corona, así que, aprovechando que el control de las fuerzas virreinales era menor, llevaron a cabo levantamientos armados en todo el interior, especialmente en las intendencias de Cusco, Arequipa y Tarma, destacando las rebeliones  de Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde (Cusco, 1805), Francisco de Zela (Tacna, 1811), Juan José Crespo y Castillo (Huánuco, 1812), Enrique Paillardelle y Julián Peñaranda (Tacna, 1813) y los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo (Cusco, 1814), secundados por Mariano Melgar y Mateo García Pumacahua. Ninguna de ellas tuvo éxito y sus líderes fueron encarcelados, deportados o ejecutados. De todas, merece destacarse la gran rebelión del Cusco dirigida por los hermanos Angulo, por haber sido la de mayor extensión territorial, pues se extendió hasta Arequipa y Huamanga, y porque congregó a distintos sectores sociales. Es que no fue un movimiento netamente criollo, sino que aglutinó a mestizos, indígenas, negros y hasta miembros de la iglesia, representados por los clérigos Idelfonso Muñecas y José Gabriel Béjar.

Y no podemos dejar de mencionar a las grandes olvidadas de la historia, las mujeres, quienes no tuvieron un rol pasivo y secundario, como la historia oficial nos hizo creer por mucho tiempo, donde las únicas que destacaron con comprobado heroísmo fueron Micaela Bastidas y María Parado de Bellido. Nada más lejos de la verdad. La participación de la mujer peruana en la emancipación no fue exclusiva de una clase social en particular, sino denominador común de todas las mujeres sin importar su condición, no tanto en el campo de batalla, sino, más bien, proporcionando provisiones y armas; como enfermeras, espías, compañeras. La de mejor posición social lo hicieron con dinero. Cuando eran capturadas, afrontaban con valentía su destino, llegando a morir muchas de ellas por la causa emancipadora. Contrario a lo que podría creerse, ni las monjas se mantuvieron al margen; los conventos también fueron focos de agitación revolucionaria. La monja de la orden de La Encarnación, Juana Riofrío, que mantenía correspondencia secreta con los patriotas es sólo un ejemplo.

Mujeres aún menos conocidas, pero igual de importantes, son Tomaza Tito Condemayta y Cecilia Túpac Amaru, partícipes de la gran rebelión túpacmarista. La criolla Brígida Silva de Ochoa, hermana del rebelde Mateo Silva, mantenía en contacto a su hermano con los patriotas presos en el cuartel Santa Catalina; Trinidad Celis, que organizó la resistencia armada contra los realistas de Ayacucho. Además, están las Toledo, madre e hijas, quienes salvaron de una derrota al patriota Arenales en el valle del Mantaro cuando cortaron las sogas del puente de la Concepción, impidiendo el paso de las tropas realistas del general Ricafort; Ventura Ccalamaqui, quien con su prédica revolucionaria consiguió que los "Cívicos de Huamanga" desistan de apoyar a los realistas para, por el contrario, unirse a los patriotas.

Fueron tantas las mujeres que lucharon activamente por la independencia, que no existe lugar en nuestra patria donde no se rinda homenaje a una de estas valientes mujeres. Aún menos conocidas son: Juana Toribio Ara, Juana de Dios Manrique, Tomasa Abad y García Mancebo, Melchora Balandra, Petronila Arias de Saavedra, Francisca Sánchez de Pagador, Josefina Sánchez, Manuela Estacio, las heroínas de Higos Urco, además de Rosa Campuzano y Manuelita Sáenz, parejas sentimentales en el Perú de los libertadores San Martín y Bolívar, respectivamente, cuyo rol ha sido minimizado al de amantes y nada más, cuando podrían ser destacadas como agentes de inteligencia y hasta de asesoras de sus famosas parejas. Algunas fueron condecoradas por San Martín o Bolívar, pero el resto se mantuvo en el anonimato. Recientemente se está reconociendo el papel de estas y muchas más mujeres en las escuelas y la sociedad, incluso, el Banco Central de Reserva, les ha dedicado algunas monedas conmemorativas a algunas de ellas.

Se necesita una historia más inclusiva, que refleje la participación de toda la sociedad, no solo en la Independencia, sino en todo el proceso histórico peruano.

Pero estamos en el Bicentenario, así que, no se puede dejar de mencionar a sus dos grandes artífices, los Libertadores. José de San Martín, iniciador de la fase internacional de nuestro proceso emancipador. Militar rioplatense que después de conseguir la independencia argentina y chilena vino al Perú para continuar el proceso separatista sudamericano. Después de unas entrevistas fracasadas y algunos enfrentamientos bélicos, logró proclamar la Independencia, primero en Huaura y luego en Lima, quedándose a gobernar con el título de Protector. Abolió la esclavitud de vientres y el tributo indígena, prohibió los castigos corporales, cerró la inquisición y fundó la Biblioteca Nacional, además de darnos los primeros símbolos patrios. Pero su suerte estaba echada, en parte, debido a su insistencia por formar una monarquía constitucional en el Perú independiente; forma de gobierno visionaria, pero incomprendida en la época. Esto, junto a un congreso opositor y la destitución de Monteagudo, encargado del mando mientras se encontraba reunido con Bolívar en Guayaquil, motivaron su renuncia y partida del Perú.

El otro gran protagonista es Simón Bolívar, militar venezolano, quien consolidó nuestra independencia con sus victorias militares en las pampas de Junín y Ayacucho de 1824, consiguiendo su capitulación, tres años después de la proclamación hecha por San Martín. Su labor como gobernante es muy distinta a la de San Martín, haciendo, en muchos casos, todo lo contrario, como si quisiera borrar todo lo hecho por el libertador argentino. En ese sentido, restableció la esclavitud, el tributo indígena y su trabajo gratuito bajo el nombre de contribución personal, así como los castigos corporales. Además, cerró el Congreso, abolió las comunidades indígenas reconocidas por San Martín y repartió sus tierras entre los oficiales de su ejército y hasta modificó los símbolos patrios, quedando tal como los conocemos hoy en día. Hizo honor al título con el que gobernó el Perú, el de Dictador. Tras su partida, en 1826, el Perú empezó realmente su vida independiente, en medio de una gran inestabilidad que durará gran parte del siglo XIX.

Hoy, el Perú afronta su Bicentenario en medio de una crisis muy grande de carácter sanitario, que ha repercutido en la economía, la sociedad y hasta en la política, por lo que las celebraciones que con ansias esperamos tanto tiempo, no podrán darse como es debido. No habrá desfiles, discursos conmemorativos, ni fiestas multitudinarias, pero la alegría la llevaremos muy dentro de nosotros, en nuestros corazones.

Grandes males nos aquejan desde hace mucho tiempo:  la corrupción, la desigualdad, la pobreza, la delincuencia, la depredación de los recursos, el daño al medio ambiente o la poca vivencia de valores democráticos. Está en nosotros que esto cambie, porque, parafraseando al gran poeta César Vallejo, “Hermanos, aún hay mucho por hacer”.

 




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